En el parque del Retiro, detrás del vistoso monumento a Alfonso XII que adorna el estanque del Retiro, está el monumento a Arsenio Martínez Campos (Segovia 1831 – Zarautz 1.900). El monumento fue erigido por suscripción popular en 1907, pocos años después de la muerte del militar, en reconocimiento del que fue una figura clave en la turbulenta historia de la España del siglo XIX.
Fue artífice de la restauración en el trono de Alfonso XII y del fin de la primera república, con su pronunciamiento militar en Sagunto. Como brazo armado del rey, combatió y venció al Carlismo en Cataluña y Navarra. Tomó la ciudad emblemática del carlismo, Estella, poniendo fin a la tercera y última guerra carlista. De esta manera acabó con la resistencia que durante todo el siglo XIX este movimiento tradicionalista había opuesto al liberalismo que se abría paso en Europa.
Pacificó la colonia de Cuba en las primeras revueltas de los independentistas y combatió y venció a los rebeldes rifeños del norte de África.
También fue ministro, formando parte de los gobiernos de Cánovas y Sagasta líderes de los partidos conservador y liberal.
Murió justo en el año 1.900, dejando este mundo al tiempo que acababa un siglo del que fue personaje paradigmático. Un periodo de pronunciamientos, revueltas coloniales, guerras civiles carlistas y alternancia acordada de conservadores y liberales.
Hoy casi nadie sabe la historia de Martínez Campos, pero en el Retiro, en la plaza de Guatemala, se levanta el monumento al militar y político para recordarlo. Quizá no supiéramos de sus andanzas, pero lo que si vendrá a nuestra mente, si pasamos junto a su estatua, es que es una de las mejores esculturas conmemorativas que se levantan en Madrid.
Su autor: Mariano Benlliure. Sin duda uno de los más grandes maestros de la escultura que ha dado España. Y dentro de las obras del escultor valenciano, la estatua de Martínez Campos es una de las mejores.
El realismo y la perfección técnica son impresionantes. El pedestal de la escultura evoca a una roca. Es como si Martínez Campos acabara de llegar subiendo una cuesta a un alto desde donde divisara uno de los muchos campos de batalla en los que se batió. El naturalismo del caballo es admirable. Más que de bronce parece un caballo de verdad. Hasta el esfuerzo de la subida a la peña queda patente en la boca abierta del animal buscando aire o en las venas marcadas de sus patas traseras.
Mártínez Campos no es aquí el político que también fue. Aquí sólo está el militar curtido en mil batallas.
El general no viste ropas impolutas y planchadas. No. Lleva su gabán a modo de capa de manera despreocupada. No es momento de paradas militares ni desfiles suntuosos. Ni de chaquetas abotonadas y botas brillantes. Técnicamente es impresionante la representación del chaquetón movido por el viento en lo alto de esa peña.
No hay alarde de las muchas medallas que ganó Martínez Campos en vida. No las vemos en la escultura. Arsenio Martínez Campos es aquí un soldado con oficio, a modo de Alatriste del siglo XIX, que lucha por su rey allí donde haga falta.
La cara es un perfecto retrato del general, y también nos habla de la época, con esa barba y bigotes curiosamente recortados, a la moda del siglo XIX.
Martínez Campos no se toca con un vistoso sombrero emplumado, sino con una simple gorra. Bajo la visera se adivina la mirada firme y serena de aquel que sabe mandar y vencer… y a veces perder. “Allí enfrente (que puede ser la carlista Estella, los eriales africanos o los pantanos de Cuba) van a batirse mis tropas… de mis decisiones dependen su vida, su gloria o su fracaso” parece pensar. Pero no le da miedo tan alta responsabilidad. La firme y clara resolución no se muestra sólo en su rostro, sino también en el puño derecho que está firmemente apoyado en su pierna, cerca de la pistola.
Poco más allá, tomando un protagonismo que seguramente no se merece, junto al estanque, se encuentra el monumento a Alfonso XII coronado por la estatua del rey, también obra de Benlliure. No hay duda que el genial escultor sabía de Historia. Junto al estanque del Retiro está el rey Alfonso XII, representado en parada militar, alejado de las balas y el combate, luciendo una espada que probablemente no sabía manejar. Y a escasa distancia, Martínez Campos, que puso al rey en el trono y le hizo el trabajo sucio, mascando el polvo, la sangre y el dolor de los campos de batalla. Unos campos de batalla que escribieron gran parte de la revuelta Historia de España en el siglo XIX.
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Unos comentarios a la altura de esta magnífica obra de Benlliure.
ResponderEliminarLo que más me llama la atención es el contraste entre el cansino aspecto del caballo y la figura imperturbable del general, como queriendo reflejar el carácter marcial y resolutivo que acompañó siempre a Martínez Campos en las muchas batallas vividas.
Un saludo,