En 1808 Napoleón tuvo la peregrina idea de invadir España. Desde su pequeña estatura disimulada con su aparatoso sombrero, quizás pensó que para el ejército más poderoso de Europa hacerse con ese país de incultos e incivilizados iba ser un paseo.
Los deseos del francés no se hicieron realidad. Seguro que los franceses que fusilaban madrileños en la noche del levantamiento del 2 de mayo pensaban que el castigo brutal iba a acallar las voces del pueblo. No fue así. La guerrilla, las emboscadas, el trabucazo en la cara fue la respuesta que encontraron en los siguientes años. Años de sufrimiento, con más de medio millón de muertos. Años también de héroes, como el Empecinado, Espoz y Mina o el estirado Wellington.
Lo cierto es que mediado el año 1813 el sueño dominador del pequeño corso se iba a pique en España. Su hermano, José Bonaparte, había salido por patas hacia Francia tras la derrota de sus tropas en la batalla de Vitoria, sintiendo el aliento de los soldados anglo-españoles en su nuca.
Pero en aquella época Pamplona era una ciudad-fortaleza, con una ciudadela capaz de aguantar el más fuerte asedio. Los franceses la habían tomado a traición en febrero del año 1808, apresando a la guarnición cuando aún no había declarada guerra alguna y se suponía que los napoleónicos eran aliados de los españoles.
Y así llegamos a octubre de 1813. Pamplona es una isla dominada por las tropas francesas. La ciudad está sometida a un duro sitio por las tropas hispano- inglesas. Tal es la inexpugnabilidad de las murallas y la Ciudadela que es inútil pensar en tomarla por la fuerza asumiendo tremendas pérdidas. Queda el bloqueo total de la ciudad para rendirla por hambre.
El último intento de Napoleón por rescatar la ciudad levantando el sitio había fracasado en julio en la llamada batalla de Sorauren, donde los franceses fueron vencidos por el inglés Wellington que volvió a hacer gala de su experiencia militar.
Tras cuatro meses de bloqueo, el 31 de octubre de 2013, cuando los franceses de la ciudadela ya se habían comido hasta a los gatos y el hambre les roía las entrañas, la grande armee, ahora representada por unos soldados famélicos, rendía la ciudadela a las tropas españolas e inglesas.
El 1 de noviembre los napoleónicos abandonan la Ciudadela. Cae la última ciudad española en manos del francés.
Afortunadamente, en estos tiempos en que parece que recordar la historia está mal visto, el Ayuntamiento de Pamplona organizó los días 25, 26 y 27 de octubre de 2013 unas jornadas que recordaron estos hechos. Visitas guiadas, conferencias, pero sobre todo una recreación histórica que tuvo su punto culminante el día 27 con la representación de combates en los alrededores de la Ciudadela y la posterior rendición de las tropas francesas. Para ello se contó con la inestimable colaboración de la ANE Asociación Napoleónica Española y otras asociaciones de recreación histórica de varios países (Francia, Bélgica, Inglaterra), que ofrecieron durante casi 3 horas un espectáculo que difícilmente olvidaran los miles de asistentes al evento en la vuelta de la Ciudadela. Cañonazos y descargas de fusilería fueron la música de fondo. Tal era el cuidado de la vestimenta de las tropas que parecía que una enorme máquina del tiempo había llevado a Pamplona 200 años atrás.
Hace 200 años, con la liberación de Pamplona, la guerra en territorio peninsular iba a finalizar. Cinco años y medio de invasión francesa, de pérdida de libertad, acababan. El agresor había sido rechazado.
Valga este artículo, publicado en 31 de octubre de 2013, justo el día del bicentenario de la rendición de Pamplona, como mi pequeño homenaje a todos aquellos hombres que dieron su vida por defender la libertad de su país.
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