En el norte de Navarra, entre bosques brumosos de hayas de verdor espectacular, está la
Real Colegiata de Roncesvalles. Es un lugar legendario como pocos, donde el famoso guerrero franco
Roldán encontró la muerte y donde miles de
peregrinos desde hace más de 1.000 años encuentran el mejor paso del Pirineo para seguir su ruta hacia la tumba de Santiago bajo la atenta y bondadosa mirada de la
Virgen de Roncesvalles.
Este mítico lugar tenía que ser el mejor sitio para acoger el enterramiento del también mítico rey
Sancho VII el Fuerte. Lugar muy querido por Sancho, fue objeto de abundantes beneficios por parte del monarca que no sólo favoreció a la Real Colegiata, sino que se preocupó de la alimentación y cobijo de los peregrinos que iban a Santiago otorgando generosas donaciones.
El rey descansa en el centro de la sala capitular del claustro de la Colegiata. Aquí reposan los restos mortales del rey Sancho VII y también los de su esposa Clemencia. La estatua del rey es de la primera mitad del siglo XIII y de gran valor, no sólo por su antigüedad sino por ser el retrato más fidedigno que tenemos de Sancho. Lo original es la estatua. La parte inferior, la caja del sepulcro, es de 1.912, de cuando se trasladaron los restos del rey desde la iglesia a su actual ubicación.
Lo primero que llama la atención es el tamaño de la estatua del rey: 2,25 m. Y es que semejante sepulcro corresponde al que fue
el rey de más envergadura de todas las dinastías hispanas. Según el médico forense y biógrafo del rey Sancho, Luis del Campo, el rey pudo alcanzar los 2,23 metros de altura. Sobre el tema he publicado un artículo donde defiendo que esta altura está un tanto exagerada, y donde concluyo que el rey debió medir alrededor de los 2,10 metros, tras utilizar tablas antropométricas más actualizadas de las que en su día utilizó Luis del Campo (
ver enlace). Esta excepcional altura la da el tamaño del fémur del rey que supera los 60 cm. de largo. Jaime I, que llegaba a los dos metros de altura, cuando se reunió con Sancho el Fuerte en el castillo de Tudela quedó sorprendido de la talla del ya viejo y encorvado rey navarro y dejó escrito en su crónica: “nos abrazamos mutuamente, y vimos que era de tan aventajada estatura como nos”. Sancho era un verdadero gigante en su época.
En el sepulcro se le representa como monarca pero también como guerrero. Así, reposa su mano izquierda en la gran espada que mide 1,29 cm. La mano derecha se sitúa sobre el pecho. Según Ángela Franco, en su estudio sobre la iconografía funeraria gótica, esta disposición de las manos es alusión a la reverencia del caballero por los ideales de la fe cristiana y en consecuencia a la fe en el más allá.
Otra curiosidad de la escultura del rey son sus piernas cruzadas. Esta disposición viene de una tradición inglesa. Hay varias teorías sobre su simbolismo. La más sugerente llama a esta pose la “postura del cruzado”. El cruce de las piernas aludiría a la condición de cruzado del difunto.
Recordemos que el hecho principal del reinado de Sancho fue la batalla de las Navas de Tolosa. Esta batalla era una cruzada convocada por el papa Inocencio III, que llamó a la guerra a los caballeros cristianos para frenar al rey moro Al-Nasir. La disposición de las manos completaría el simbolismo del rey como cruzado: la diestra en el pecho, la religión; la zurda sobre la espada, defiende la religión con la espada. Los más escépticos atribuyen esta postura a una seña de identidad de los caballeros ingleses, costumbre funeraria que conocería Sancho por su relación familiar con Ricardo Corazón de León.
En el muro sur de la Sala Capitular está la magnífica vidriera que representa la carga de caballería que encabezó el rey Sancho contra el palenque del Al-Nasir, momento decisivo de la batalla de Las Navas de Tolosa que ha perpetuado al rey navarro en la Historia.
A los pies del rey, en una pequeña capilla, encontramos uno de los tramos de las cadenas que rodeaban la tienda del rey moro y que el rey Sancho trajo como trofeo a modo de decir que él y sus tropas fueron los primeros que afrontaron la última línea de defensa enemiga. En realidad son dos tramos separados pero que aquí se han dispuesto unidos sobre un cojín rojo haciendo la forma del escudo de Navarra.
El mausoleo del rey Sancho tiene algo que invita a lo épico, a la mística romántica,
aquello que forma el sentimiento de un pueblo. Ya lo decía José Antonio Jáuregui en su obra
La tribu navarra:
“Cualquier navarro sigue navarrizándose al visitar la tumba de Sancho el Fuerte…”
Dejamos la Colegiata de Roncesvalles entre brumas de niebla y de Historia. Allí queda para siempre el rey que apoyó a su enemigo Alfonso VIII poniendo por delante la Fe y la generosidad al deseo de revancha y obteniendo el premio de ocupar un lugar indeleble en la Historia de Navarra y en la Historia de España. Aquel rey que se desvivió por conservar su reino, el que con su valor logró el reconocimiento del reino de Navarra por los demás reyes cristianos y por el Papa. Un rey que pasaba los dos metros de altura. Murió triste y sólo en Tudela. Con él acababa la dinastía Jimena, la última dinastía pirenaica.
Pero Sancho vuelve a la vida cada vez que una familia navarra o un colegio visita por primera vez Roncesvalles para ver la tumba de Sancho el Fuerte. Los ojos y la imaginación de los pequeños se abren de par en par cuando los padres, los profesores o los guías les cuentan las hazañas de un rey gigante, de novela, aventurero y aguerrido, que parece más un héroe de cantar de gesta que un personaje real. El rey al que Guillermo de Tudela, el poeta que asistió a la batalla de las Navas, calificó como “el mejor caballero que jamás montó en silla”. Y del que dijo Anelier, el trovador de Tolosa: “Hubo en Navarra un rey, más valiente que un león; llamose el rey Sancho; ya murió; Dios le haya perdonado.”
© Julio Asunción
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