Magnífico cuadro de gran formato (309 x 209 cm.) donde Ignacio Díaz Olano representa la dura vida del campo y la religiosidad de sus gentes.
La parada para rezar al mediodía es el único descanso que se pueden permitir. El campesino ya luce canas, pero no disfruta de una “jubilación dorada”, sino que sigue amarrado al campo lo mismo que sus bueyes. Aun así, este hombre fuerte a pesar de los años, con la fortaleza que da la tierra, reza tranquilo, resignado a la vida que le ha tocado vivir, con el sombrero respetuosamente en la mano descubriendo la cabeza bajo el sol del mediodía. La luz del sol en la parte más calurosa del día está perfectamente representada, con las sombras que caen verticales sobre los terrones de tierra arados. El porte, la tranquilidad, transmiten la impresión de que es un hombre de bien, sencillo, sin maldad, con la nobleza y la fuerza que otorga el trabajo de la tierra.
Los otros protagonistas del cuadro son la pareja de bueyes. El diálogo que se establece en el cuadro es impresionante. Esa fuerza-nobleza, esa resignación, se plasman en las dos reses igual que en el hombre. En el cuadro se produce una relación hombre-buey muy fuerte que produce una identificación entre ellos.
Los personajes secundarios son las dos mujeres, una de ellas una niña. Quedan en un segundo plano total manifestando el segundo plano que la mujer tenía en el campo en ese final del siglo XIX (el cuadro es de 1.899). Seguramente sean las hijas del campesino por su juventud. ¿Cómo es que no está la madre? Era habitual que ayudara en las tareas agrícolas. Quizás esté en la casa. Pero el espectador también puede pensar que el campesino es viudo y por eso sus hijas le ayudan. Puede ser que se acuerde de su mujer difunta en sus rezos. Hay que resaltar la separación total de las hijas con respecto a la figura del campesino mediante la barrera compositiva de los bueyes. Eso aumenta la soledad del personaje, soledad acentuada por una posible viudedad.
La hija más pequeña (a la izquierda del cuadro) viene con un cesto con el almuerzo. Comerán rápido y seguirán trabajando hasta que se ponga el sol.
Y al fondo un paisaje de montañas azuladas que dan una profundidad de kilómetros al paisaje trasladando al espectador del cuadro al alto de esa colina que es donde sucede la escena.
Ante el impresionante cuadro al espectador le viene la sensación de guardar respeto al rezo del campesino. De pararse y no seguir hasta que acabe sus plegarias y vuelva al trabajo, lo que nos hace también partícipes del momento.
FERNANDO DE AMARIKA
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