En el presbiterio de la Basílica de Javier está una de las esculturas más importantes de San Francisco Javier. Importante primero por el lugar donde está, la Basílica de Javier, el principal centro de devoción del santo, el lugar donde nació. Pero también importante por la calidad de la talla y por el escultor, Jerónimo Suñol (1.840-1.902)
Escultor catalán, Jerónimo Suñol aprendió con los hermanos Vallmitjana, que fueron flor y nata de la escultura del siglo XIX en España (véase por ejemplo la escultura de Jaime el Conquistador en Valencia). Suñol se perfeccionó en Roma y trabajó principalmente en Barcelona y Madrid. Una de sus obras la ven miles de personas todos los días. Es la estatua de Colón de la céntrica y concurrida plaza de Colón de Madrid. Jerónimo Suñol fue académico de la Academia de Bellas Artes de San Fernando, condecorado por la reina Isabel II y obtuvo premios y reconocimientos en Francia, España y Estados Unidos.
La escultura de San Francisco Javier está en un templete neobizantino sobre el altar de la basílica y rodeado de imágenes de otros santos jesuitas.
Como representante de la escultura romántica en España Suñol aprovecha el misticismo de San Francisco Javier para dejar en la talla una gran impronta espiritual.
Vemos a San Francisco Javier en éxtasis, en uno de esos muchos momentos en que, en comunicación con Dios y haciendo uso de su gran oratoria, atraía a gentes de recónditos lugares a la Fe en Cristo.
El estatismo del cuerpo da el protagonismo a la cara y las manos, que lo expresan todo. Manos y cara además resaltan sobre el hábito negro.
Su mano derecha apoya su discurso y marca la dirección hacia el Cielo. Su mano izquierda porta su inseparable crucifijo, que le acompañó toda su vida y le dio siempre las fuerzas necesarias en su infatigable empresa evangelizadora.
La cara muestra ese éxtasis transcendente propio de la comunicación con el Creador. Sólo ve a Dios. Si nos fijanos bien, parece dirigir la mirada hacia la clave de la bóveda del presbiterio. Con buena vista podremos apreciar un triángulo cuyos vértices confluyen en el centro. En él se dice que tanto Padre, Hijo y Espíritu Santo son Dios.
El cuerpo no se ve fornido, más bien delgado. La cara de ojos un tanto hundidos y de barba poco arreglada. Cuerpo y cara nos hablan también de las privaciones que el santo tuvo que pasar en sus viajes y en su misión apostólica.
Ese estatismo del cuerpo, el color oscuro del hábito, más la posición de las manos del santo, convierten a toda la escultura en una gran Cruz. Una Cruz donde los brazos de San Francisco son los brazos de la Cruz. Así, la escultura de San Francisco Javier de Suñol se convierte en el símbolo del cristianismo, la Cruz que San Francisco Javier llevó desde Navarra a millares de kilómetros y que hoy le hace ser el patrón de los misioneros y también copatrón de Navarra.
- Basílica de San Francisco Javier – Exterior
- Basílica de San Francisco Javier – Interior
© Julio Asunción. e-mail: julioasuncion@hotmail.com
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