Muy cerca del Templo de Debod, en un pequeño y poco visitado jardín, encontramos uno de los monumentos conmemorativos mejores y más emotivos de Madrid. Es el conjunto escultórico dedicado al pueblo del Dos de Mayo de 1.808.
Aquel día, el pueblo de Madrid, cansado de la ocupación traidora de las tropas napoleónicas, se levantó heroicamente contra el invasor. La rebelión fue sofocada brutalmente. Como testimonio ha quedado el magnífico cuadro de los fusilamientos del Dos de Mayo de Francisco de Goya que podemos ver en el Museo de Prado.
Ese día las autoridades españolas recomendaban la obediencia a los franceses, igual que los altos mandos militares. Pero, en ese momento de arrodillamiento, de sumisión vergonzosa de la clase dirigente ante el francés, el pueblo, siempre soberano en sus decisiones, dio un glorioso paso al frente. Un acto de valentía que costó la muerte a muchos madrileños, pero que les valió la mayor recompensa que pueda tener un pueblo: la Gloria, el recuerdo de la hazaña, la eternidad.
El monumento al pueblo del Dos de Mayo de 1.808 es una excelente evocación al valor y al sacrificio del pueblo en defensa de su libertad. Es una lástima que esté en un lugar tan apartado, cuando el lugar que le corresponde sería la puerta del sol, junto al Palacio Real o en la plaza de Malasaña, los tres epicentros de la resistencia contra los napoleónicos ese 2 de mayo de 1.808.
El monumento al pueblo del Dos de Mayo es obra de Aniceto Marinas. En la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1892 recibió la Medalla de Primera Clase. En el centenario del Dos de Mayo, en 1908 se inauguró el monumento con una gran fiesta. En ese entonces se recordaban con orgullo los hechos heroicos de nuestros antepasados. Hoy no. No vaya a ser que a François Hollande o a Nicolas Sarkozy se les atragante el croissant.
En el monumento podemos ver a varios personajes que encarnan a varios héroes del Dos de Mayo. Así, vemos al teniente Luis Daoiz herido sobre un cañon inutilizado. Este militar, desobedeciendo las órdenes de sus sucesores, se atrincheró en el parque de artillería e hizo frente durante horas a las tropas francesas, resistencia que le costó la vida.
Igual paso con Juan Manuel Malasaña y su hija Manuela Malasaña, gente del pueblo que salió a la calle a dar su vida contra el invasor. Junta ellos se representa a un niño anónimo que sujeta la mano de Manuela Malasaña con un gesto de rabia.
Esos son los personajes, pero en realidad la clave de la interpretación del conjunto escultórico está en el título de la obra, al Pueblo de Madrid del Dos de Mayo de 1808, que figura en el pedestal de la escultura.
Así, todos los personajes pasan a ser anónimos, gente del pueblo, simples representantes de todos los que dieron su vida aquel día. Daoiz pasa a ser también Velarde, o el teniente Ruíz, otros de los escasos militares que se alzaron en contra de las órdenes de sus sumisos superiores. El chispero Juan Manuel Malasaña, muerto a los pies de Daoiz, es también representación de los miles de paisanos que tomaron el trabuco y la navaja para hacer frente al gabacho. Su cara no es visible y reposa sobre la escopeta. Este detalle hace que se le pueda interpretar como cualquiera de los madrileños que se alzaron aquel día de plomo y sangre.
Manuela Malasaña es en el monumento una más de las muchas mujeres que también dieron su vida por la libertad. Muestra un pecho descubierto, al modo de esas heroínas clásicas, con la grandeza y la belleza de las diosas griegas y romanas.
Cogiendo el brazo de Manuela está un joven anónimo. El joven queda así convertido en huérfano y Manuela en una madre. Pero el joven no llora. Su rostro sólo expresa ira mientras mira con firmeza y rabia al invasor. Todos han caído, pero él vive. Y en su juventud, en su rabia, y en su futuro están la resistencia y el valor que darán la victoria y la libertad al pueblo frente al francés.
En lo más alto, coronando el monumento, La Gloria, que da el premio de la eternidad a los que han muerto por la libertad de la patria. Al mismo tiempo esta figura alegórica puede identificarse con la Victoria alada clásica, que recoge la bandera caída para mantenerla alzada, sin rendirla nunca. Es la victoria que unos años más tarde, en 1814, se hizo realidad con el fin de la Guerra de la Independencia y la expulsión de los invasores franceses de España. Victoria a la que seguro colaboró ese joven, que desde el monumento, con esa mirada rabiosa, nos da una lección de resistencia, de orgullo y de valor.
Ese joven representa el principio del fin del sueño imperial francés. Una lección que aprendió Napoleón amargamente.
© Julio Asunción.
e-mail: julioasuncion@hotmail.com
me encanta lo del "croissant"
ResponderEliminarHola,
ResponderEliminarCon todo lo que sabéis, seguro que no os importaría hacer algun tour guiado, que por supuesto salga de la normalidad, por eso, os recomiendo www.sherpandipity.com donde podéis crear vuestra propia experiencia, y enseñar vuestra ciudad a todo aquel que venga a conocerla.
Un saludo