En el barrio de Gros, junto al río Urumea, encontramos a tres donostiarras que seguro están entre las más bellas y divertidas de la capital guipuzcoana. Tienen ya cien años, pero su encanto y belleza, seguro que encandilan a todos los que pasean junto al río.
Las tres donostiarras son las tres bailarinas que componen el conjunto escultórico que se encuentra ubicado en un parterre en el comienzo de la Avenida de Francia.
No salen en los folletos turísticos, pero no les importa. Ellas se divierten. Son la misma imagen del disfrute de la vida. En sus caras no vemos problemas ni preocupaciones. Gozan de la música que sólo ellas oyen. La música de las panderetas y las castañuelas que tocan.
Sus cabelleras están sueltas, pero sus peinados nos llevan a su época, finales del siglo XIX y principios del siglo XX. De esa época, época de oro para San Sebastián, es de donde viene ese aspecto modernista que tan hermosa hace a la capital guipuzcoana. Desde entonces están bailando las tres encantadoras damitas, con esa elegante sonrisa que jamás se borra de su rostro.
Los cuerpos de las bailarinas se cimbrean como tallos de hermosas flores, siguiendo esa línea curva, tan natural y tan querida en el arte modernista.
Sus peinados, con un gracioso “kiki” en la frente, son como los pétalos de la flor de sus caras.
Sus flotantes ropajes, deliciosamente trabajados, hacen olvidar que están hechas de mármol. Parece que la brisa marina que sube por la ría del Urumea es la que mueve sus ropas al son de la música de las bailarinas que es sustituida por el rumor del mar en días ventosos.
Las ropas juegan con nuestra imaginación. Cubren pero insinúan, dejando imaginar las carnes turgentes de las bellas.
Gracia, optimismo y belleza se conjugan en esta escultura. No conocemos el autor. Sin embargo, para mí, es la mejor escultura de las que adornan San Sebastián. Parecen un cuadro de Alfons Mucha, uno de mis artistas preferidos, en tres dimensiones.
¿Qué decir de la delicadeza con que la bailarina de la derecha apoya su cabeza sobre el hombro de la bailarina central?
¿Y la sonrisa de la bailarina central, que se completa con su mirada, al mismo tiempo insinuante y pícara?
También podemos fijarnos en detalles dignos de atención. Por ejemplo el cordel que apenas sujeta la parte inferior del vestido de la bailarina de la derecha dejando ver el muslo, lo cual era muy atrevido en esos años en que en la cercana playa de la Concha se bañaban las mujeres tapadas hasta los tobillos. Como todo el conjunto, el detalle es todo un alarde del trabajo en mármol.
¿Y que os parece esa encantadora tobillera-flor en la pantorrilla de la bailarina central?
La bailarina central ha quedado manca hace poco. Ignoro que pudo pasar. Quizás alguno, hechizado por su hermosura, quiso pedirle la mano, con tanta efusividad, que se la llevó con él. En la página del Museo San Telmo todavía salen fotos de ella con el brazo izquierdo elevando la castañuela a lo más alto. Ojalá le repongan el brazo para que suenen más fuertes sus castañuelas. Aunque no sea así seguro que no dejará de ofrecer su sonrisa al que se acerque a visitarla.
Me voy caminando por el paseo del Urumea hacia el puente de María Cristina, también modernista. Me niego a abandonar esos tiempos donde el arte era elegante y hermoso, muy hermoso. Atrás quedan mis tres guipuzcoanas preferidas. Son guapas, ríen, se divierten y no envejecen. ¿Verdad que dan envidia? Me han enamorado. Tendré que volver a San Sebastián.
El autor es Antonio Frilli, el mismo escultor florentino que hizo la Pareja de leones en Alderdi Eder. Con buena vista se puede ver la firma en la base.
ResponderEliminarGran aporte. Muchas gracias. Cuando visité la escultura no ví la firma. La próxima vez me fijaré.
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