Junto a la plaza de toros de Pamplona encontramos a un gran aficionado a la fiesta taurina. Ernest Hemingway (1899-1.961) nos mira desde un busto de bronce situado sobre un bloque de granito. Luchó en las dos guerras mundiales, siendo herido en la primera y habiendo acabado, según sus propias palabras, con decenas de soldados nazis en la segunda. Tocó el violonchelo. Practicó el rugby y el boxeo. Trabajó de periodista y de corresponsal de guerra. Y acabó con su vida de un tiro de escopeta cuando el Altzeimer le daba sus primeros zarpazos. Pero de esta vida ajetreada y atormentada siempre sobresaldrán sus novelas. Su obra le hizo merecedor del premio Nobel de literatura en 1.954. El viejo y el mar y ¿Por quién doblan las campanas? son verdaderos clásicos de la literatura del siglo XX. Pero será su novela Fiesta, sobre todo cuando fue llevada al cine, la que ayudó a hacer a los sanfermines conocidos en todo el mundo. Los sanfermines no serían lo que son hoy, una de las fiestas más populares del mundo, si no fuera por el escritor americano.
La novela Fiesta tiene inspiración autobiográfica. Y es que Hemingway era un enamorado de la fiesta de Pamplona. Disfrutó de los encierros, de las corridas de toros y del ambiente de las calles como un pamplonica más. Todavía hay gente, hoy mayor, que lo recuerda sentado en las terrazas de la Plaza del Castillo disfrutando de una, dos, tres o más bebidas, a las que también era bastante aficionado.
En agradecimiento a su contribución a la difusión de los sanfermines, se inauguró en plenas fiestas de 1968 su escultura. La escultura es del artista catalán Luis Sanguino que tiene obra repartida por España, Estados Unidos y México. Lo compacto de la escultura donde destaca la fortaleza del granito del pedestal es una perfecta alusión a su carácter duro, de quien ha visto muchas, quizás demasiadas cosas en sus tiempos de reportero de guerra. La postura de Hemingway recuerda a las tardes en la plaza de toros, con los brazos apoyados sobre la barrera, sin perderse ningún detalle de las muestras de valor que en cada pase daban los toreros, a los que tanto admiraba.
Es bastante habitual ver a compatriotas del escritor sacándose fotos junto a la escultura. Seguro que muchos de ellos no hubieran venido nunca a Pamplona sino hubiera sido por Hemingway y su amor a los sanfermines.
A Hemingway le habría gustado su escultura. Sobre todo su ubicación, en la parte final del recorrido del encierro. De esta manera todos los años volverá a ver las carreras apresuradas de los mozos y a respirar ese ambiente que tanto le enamoró.
Su rostro es serio. Seguramente está esperando que llegue el 7 de julio, el bullicio y los toros para volver a sonreír.
© Julio Asunción
julioasuncion@hotmail.com
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