En este año 2.012, se cumple el octavo centenario de la
batalla de Las Navas de Tolosa. La fecha del
16 de julio de 1.212 quedó grabada para siempre en la Historia de España cuando tres reyes que eran enemigos,
Alfonso VIII de Castilla, Pedro II de Aragón y Sancho VII el Fuerte de Navarra, convocados a la Cruzada por el Papa Inocencio III, olvidaron su enemistad para frenar a las hordas musulmanas de Al-Nasir en los campos de Jaén.
Hay historiadores que han comparado a esta batalla en importancia con la de Poitiers, cuando en el siglo VIII el franco Carlos Martel frenó a los islamitas en sus aspiraciones de conquistar Europa.
Las Navas de Tolosa son un
punto de inflexión definitivo en la Reconquista. A partir de la victoria cristiana los musulmanes tenían su tiempo tasado en la península Ibérica. En pocas décadas la huella de la Cruz avanzó más que en siglos. Fernando III el Santo de Castilla, nieto de Alfonso VIII y Jaime I el Conquistador, hijo de Pedro II avanzaron en las siguientes décadas hasta el sur llegando a las costas que habían sido musulmanas desde la invasión del año 711. El cerrojo de Despeñaperros había sido forzado. Sólo subsistió Granada en poder de los sarracenos, a costa de pagar tributo a los reinos cristianos.
El escritor Eslava Galán ha llegado a decir que de haberse perdido esta batalla es probable que ahora tuviéramos que rezar cinco veces al día hacia la Meca. Arturo Pérez-Reverte recuerda que Al Nasir había jurado plantar la media luna en Roma siguiendo los mandatos de la yihad contra el infiel. Y es que esta batalla es uno de esos hitos que hacen la Historia, una de esas encrucijadas que cambian los destinos de millones de personas, que destruyen o crean naciones.
Cerca del paso de Despeñaperros, junto al pueblo de Santa Elena, los cruzados acabaron con las aspiraciones del también llamado Miramamolín (Señor de los creyentes) acabando con el ejército de la media luna que superaba en casi el doble de efectivos al ejército de la Cruz. Al-Nasir, derrotado, retornó a África muriendo poco después. La suerte cristiana y europea de la península Ibérica estaba decidida.
A pocos kilómetros del campo de batalla se levanta el monumento a la batalla de las Navas de Tolosa. Esta en La Carolina, a la entrada norte de la localidad. En él se hace homenaje a los protagonistas de la batalla.
Así vemos de derecha a izquierda a Sancho VII “El Fuerte”, el rey navarro que superaba los dos metros de altura. A sus pies el escudo de Navarra y en su mano izquierda un trozo de las cadenas que tomó como trofeo de la batalla. Estas cadenas rodeaban el palenque del Miramamolín. Sancho y sus navarros fueron los primeros que entraron en el último reducto defensivo del rey moro destrozando estas cadenas que luego llevó a Navarra como trofeo y que, dos siglos después, fueron incorporadas al escudo de la Comunidad Foral.
A su lado está Alfonso VIII de Castilla “El Batallador”, el principal promotor de la campaña. Fue el que más tropas aportó. En 1.195 fue vencido por los almohades en Alarcos. En las Navas de Tolosa tomó sobrada revancha.
El tercer rey es Pedro II de Aragón “El Católico”, con el escudo barrado a sus pies. Sus 3.000 caballeros se batieron fieramente en la batalla. El buen rey Pedro poco pudo disfrutar de la gran victoria de Las Navas, ya que moriría al año siguiente en la batalla de Muret.
El siguiente es el arzobispo de Toledo Rodrigo Jiménez de Rada, que fue en gran parte el alma intelectual de la Cruzada. Recorrió Europa buscando apoyos para la crucial campaña militar. El día de la batalla no le impidieron sus hábitos empuñar la espada y luchar hombro con hombro junto a su rey Alfonso VIII en el campo de las Navas.
El último es Don Diego López de Haro, caballero vasco, Señor de Vizcaya, que dirigió la vanguardia de los ejércitos castellanos en el ataque contra las hordas sarracenas.
Delante del monumento vemos una figura indicando el camino. Es
el pastor que enseñó a las tropas cristianas el paso más propicio para atravesar Sierra Morena sin caer en las emboscadas que había preparado Al-Nasir en otros pasos de la montaña.
Precisamente el basamento donde están las esculturas y los dos altos muros de la derecha representan las montañas y el paso que tuvieron que atravesar las tropas cristianas para llegar a enfrentarse contra el ejército musulmán en terreno propicio.
El monumento fue inaugurado en 17 de julio de 1981. Sus autores son el arquitecto Manuel Millán López y el escultor Antonio González Orea.
Los cuerpos de las figuras son estilizados. Parecen establecer una relación con los muros que representan el paso de la sierra y que apuntan al cielo. Esta estilización crea una sensación ascendente, emparentada con el arte gótico que en la época en que sucedió la batalla (siglo XIII) empezaba a dominar Europa. Se crea así un doble simbolismo: la unión de los protagonistas de la batalla con la tierra y el paisaje que a la postre los haría eternos en la Historia y, por otra parte, el sentido ascendente y estilizado de los personajes informa de su espiritualidad y elevación moral que les premió con esa eternidad.
El monumento también marca claramente el
nexo que unió a tres reyes que eran enemigos: la defensa de la Cristiandad. Así, el monumento, en su parte más alta esta coronado por la Cruz. Además, entre los personajes, sobresale en el centro la cruz que porta el Arzobispo Jiménez de Rada.
El Monumento a la Batalla de las Navas de Tolosa recuerda con sumo acierto, desde la modernidad de su estilo, a los protagonistas de este hito histórico que decidió el devenir de la Reconquista y el futuro de lo que siglos después sería España.