El retrato del Marqués de San Adrián está considerado uno de los mejores retratos de Goya. Por el autor, el aragonés universal, y por la calidad, se puede decir que es el cuadro de más valor de toda Navarra. Está en el Museo de Navarra. Su sola contemplación hace imprescindible la visita al museo para cualquier visitante de Pamplona.
El retrato destaca sobre todo por la manera en que el pintor aragonés ha logrado captar la psicología del personaje. El retrato fue pintado en 1804. El quinto Marqués de San Adrián, José María Magallón y Armendáriz, había conseguido ser incluido en ese selecto grupo de los Grandes de España tan sólo dos años antes, en 1.802. Ser Grande de España no sólo era ser un noble importante, sino estar en la cúspide de la nobleza. En el retrato vemos a un hombre triunfador, seguro de sí mismo. Pero al mismo tiempo su rostro y la leve sonrisa que dibujan sus labios nos hablan de un hombre optimista, un perfecto bon vivant, que sabe disfrutar de la vida. En esos ojos un tanto ojerosos podemos imaginar al marqués de San Adrián la noche que queda atrás, una más, pasada en vela junto a una buena compañía, disfrutando de un buen vino. Las primeras luces del alba asoman a la derecha del cuadro. La blancura de la tez también puede llevar a pensar en una predilección de José por los placeres de la noche, detalle que también queda presente en el fondo oscuro del cuadro. Esa oscuridad del fondo, hace destacar el rostro del marqués, foco principal de la obra. También destaca sobre el fondo el blanco impoluto de su camisa, que nos dice que el marqués es un hombre elegante y cuidadoso con su aspecto físico.
Su postura relajada, nada marcial ni hierática, abunda en esa percepción del Marqués de San Adrián como un hombre que no se somete a las formalidades, de moral no rigurosa. Su cadera se inclina con un toque de voluptuosidad y sus piernas se cruzan con naturalidad y desenvoltura.
Viste como jinete. Acaba de bajar del caballo. Una de sus aficiones es la equitación, muy en línea con el estamento que representa. El vestir como caballero le da un toque de distinción. La fusta que sujeta con la mano izquierda simboliza la autoridad de la que era poseedor por su título. Pero la manera en que sujeta la fusta es relajada, en absoluto amenazante. El marqués es consciente de su poder, pero lo usa con moderación y justicia.
En la mano izquierda porta un pequeño libro. Don José no sólo aprecia los placeres mundanos. Es un hombre culto y este libro nos informa de otra de sus aficiones, la lectura. No descuida la cultura, otra de las características que distinguen al verdadero caballero.
El tratamiento de la vestimenta es magnífico. Alterna la oscuridad del gabán y el sombrero con la claridad de su camisa y pantalón. El contraste de la claridad con la oscuridad es reflejo de la personalidad tanto culta como a veces libertina del retratado. La calidad en la plasmación de las texturas por Goya, sobre todo en el pantalón, es impresionante.
El encopado sombrero descansa sobre un poyete. El hecho de que el Marqués de San Adrián esté destocado le hace más cercano. Ante el espectador es más José que el señor marqués. Esa cercanía se completa con esa franca y directa mirada que dirige al espectador.
No tardarían mucho en pasar los tiempos de gloria para el Marqués de San Adrián. Colaboró durante la invasión napoleónica con el rey intruso José Bonaparte. En su corte llegó a ejercer de maestro de ceremonias. Seguramente allí organizó más de una fiesta palaciega. Y por el retrato de Goya parece que de fiestas debía saber bastante. Por este colaboracionismo tuvo que huir a Francia (el guerrillero navarro Espoz y Mina no estaba para bromas con los afrancesados).
El retrato del Marqués de San Adrián es un retrato excepcional. Es tal la vida que desprende que me hizo recordar la famosa novela “El retrato de Dorian Gray” de Oscar Wilde. Todavía no había nacido el escritor irlandés cuando Goya pintó este cuadro. Pero seguro que en su cabeza tuvo a un caballero parecido al aquí retratado por Goya cuando dio vida al hedonista y atormentado Dorian de su novela. El Romanticismo había dado sus primeros pasos. Este cuadro es un precedente claro en España del movimiento artístico y literario que dominó en la segunda mitad del siglo XIX. Y es que Goya, entre otras cosas, es admirado por ser precursor de lo que tenía que venir en el arte.
Dorian Gray murió víctima de su afán por ser siempre joven. En cambio, el Marqués de San Adrián consiguió, gracias Goya, ser realmente eterno en este magnífico cuadro.
© Julio Asunción
julioasuncion@hotmail.com
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